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Libro leyendo libros
Jonathan Wolstenholme |
La lectura siempre ha sido recomendada casi por cualquier persona. Se piensa que leer es una actividad que deja mucho y no es fácil de realizar por lo que demanda atención, tiempo y espacio.
Vemos a personas en el transporte con su libro de compañero, las vemos en el parque, en la calle, en la escuela. Sirve de guía, de refugio, distracción; genera respuestas y dudas; engendra confianzas, sospechas; alimenta algunos sueños, elimina otros. Existen lecturas que demandan otras tantas, abundan otras que son de acceso libre, otras encriptadas, hay algunas que son idóneas para viajes largos, aquellas que nada más pueden ser desarrollas en lugares específicos; unas para el camino y otras que demandan quedarse sentado haciendo anotaciones; muchas son de consulta y varias son lecturas de cabecera.
Leer es bueno. Es lo mismo que decir que comer también lo es, hacer ejercicio, escuchar música o escribir. "Es recomendable leer treinta minutos al día" y "Dedícale unos minutos a la lectura con tus hijos" Consejos que se desprenden del primer prejuicio. Se piensa que el solo hecho de pasar la mirada sobre ciertos signos compromete una realización, permite un estado benéfico, incrementa la cultura, aboga por mantener temas de conversación, otorga respuestas ante la vida y desmiente sospechas ante la muerte. Pero lo cierto no puede estar más alejado de esto, una lectura por sí misma es muy difícil de que realice tal cosa. De nada sirve leer un libro cada día sin contar previamente con la capacidad de preguntarse qué es lo que se quiere encontrar y que la lectura auxilia a encontrarlo, y no necesariamente se encuentra entre las letras sino en otro lado: de frente a lo que está escrito y fuera de los márgenes de las hojas.
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