Alegoría del triunfo de Venus (detalle) Agnolo Bronzino, 1550 |
Habrá que aclarar desde un principio que el diagnóstico puede provenir de la figura del médico, así como originarse de manera propia y subjetiva de quien padece el malestar. El diagnóstico médico se caracteriza por estar basado en la experiencia clínica, así como en ciertas figuras de autoridad, las cuales determinan los síntomas, la frecuencia de estos, su desarrollo y evolución, con la finalidad de clasificar distintos trastornos (CIE y DSM). En cambio el autodiagnóstico se ha caracterizado por ser una tendencia de casi cualquier malestar, convirtiendo el dolor de cabeza en una migraña, el de estómago en una gastritis o hasta el cambio repentino de humor devenido en la popular depresión.
Es así que la depresión, el trastorno de déficit de atención y la esquizofrenia son diagnósticos que toman el lugar de los rostros de una sola efigie; los trastornos que poseen una gran importancia a la hora de diagnosticarse, ya sea por ser recurrentes en su aparición o porque en la actualidad, a diferencia de otros tiempos, dichos malestares son detonados con mayor facilidad por factores externos que propician su aparición y desarrollo. Tienden a ser trastornos del estado de ánimo, de la personalidad o de la conducta tan frecuentes en su diagnóstico que nos instan a pensar de manera sospechosa de su autenticidad.
El diagnóstico por sí solo posee la capacidad de orientar el seguimiento y tratamiento de cualquier enfermedad; sirve de guía para establecer un pronóstico y para determinar el tipo de intervención. Pero no habremos de cegarnos ante sus otras cualidades, las cuales están orientadas por el peligro implícito al momento de enunciar el malestar, esto puede confundirse con la impronta de proporcionar cierta etiqueta; nominación que tiende a reducir al sujeto a un término clínico ajeno de principio a sí mismo, pero que con el tiempo se apoderará de él hasta el hecho de experimentar los malestares, ya no propios de ciertos trastornos sino del mismo diagnóstico ¿Se podrá decir al respecto, de esto último, que el diagnóstico también tiene la posibilidad de enfermar?
Un depresivo es en extremo distinto a una persona que padece depresión. Esto es así por el lugar que ocupa el malestar en el terreno subjetivo. La primera figura sustituye gran parte del contenido que el enfermo puede enunciar de sí mismo, incluso su nombre propio puede estar omitido y perderse en las páginas de un manual médico; a diferencia de la segunda, donde se coloca como una situación de agregado, una nota al margen de su existencia que podrá nombrar ciertas característica, limitantes y, por qué no, hasta ciertas cualidades.
sábado, junio 25, 2016
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